Por qué hay que ponerle veda a Pokémon GO
Hace poco más de un mes que el mundo anda alborotado con las anécdotas, macroquedadas, accidentes y debates que ha generado el lanzamiento de Pokémon GO, el videojuego de realidad aumentada que tiene a Nintendo y a sus accionistas relamiéndose. En estos días han surgido firmes detractores de la App a la par que adolescentes, niños, nostálgicos de la generación X y maduritos, a millones, se han convertido en entrenadores. En medio están los que reclaman prudencia, sentido común y la ausencia de estas criaturitas virtuales de ciertos sitios. A la cabeza se encuentra PokemonS Free Zone, una joven plataforma que reclama regular la presencia de Pokémons en espacios de sensibilidad humana, social, sanitaria, religiosa, artística o de seguridad. Por una diversión con cabeza, vaya.
Detrás de esta iniciativa se encuentra la Sociedad Geográfica de las Indias, una agencia española de viajes a medida especializada en el subcontinente indio, y de la que en alguno de nuestros artículos le hemos hablado. Su presidente, Pablo Pascual Bécares, es también el portavoz de esta entidad que tiene su origen en una “carta abierta” al presidente de Nintendo, Tatsumi Kimishima. En la misiva se solicita regular la presencia de los valorados monstruitos en aquellos espacios que, por su valor artístico, estratégico religioso, natural, etc, no deberían albergar las cibercacerías ni otros entretenimientos basados en la realidad aumentada. Se trata de poner sentido común cuando no todo el mundo, cegado por el afán lúdico, parece poseerlo.
La plataforma subraya que, actualmente Nintendo está favoreciendo, precisamente, que sus poképaradas (zonas en las que se obtienen pokéballs y objetos útiles para el juego) se sitúen en monumentos, zonas históricas y similares. Estos lugares emblemáticos ya lo eran en otro juego de realidad aumentada de Niantic Labs (creadora de Pokémon GO) llamado Ingress. Lo que en ese videojuego eran portales, abiertos por los usuarios, se han convertido en poképaradas. En ubicaciones populares también encontramos los gimnasios, donde podemos entrenar a nuestros Pokémons. En Madrid, por ejemplo, hay varios de estos puntos calientes en Puerta del Sol, Gran Vía o los jardines de El Retiro. Pero también en lugares más “delicados”, como el Valle de los Caídos (un auténtico cementerio, por no hablar de sus connotaciones ideológicas, históricas y políticas). ¿Es ético jugar y desafiarse en un espacio tan sensible?
Fuera de nuestras fronteras, la plataforma PokemonS Free Zone denuncia la presencia de estos espacios en el Coliseo Romano, en zonas de lucha armada en Irak o en el mismísimo Pentágono. En Japón ha saltado a la luz que Tokyo Electric Power (TEPCO), propietaria de la accidentada central nuclear de Fukushima, detectó en sus instalaciones al menos a una de estas criaturas cibernéticas, y ha tenido que pedir a sus trabajadores que se abstengan de jugar en la zona.
El problema de la conservación y la amenaza de la destrucción de los espacios más representativos del patrimonio mundial, cultural y natural del mundo se planteó muchísimo antes de que Pikachu fuera un lindo cachorrito amarillo. En 1972 tuvo lugar una conferencia general de la ONU en la que se alertó del riesgo de degradación de estos espacios “no solo por las causas tradicionales de deterioro sino también por la evolución de la vida social y económica que las agrava con fenómenos de alteración o de destrucción”. Aquí lo tienen. A veces, el devenir humano, o su propia estupidez, ponen en peligro lo más hermoso que tenemos.
El portavoz de la plataforma, Bécares, explica que el objetivo de su entidad es proteger espacios que deberían ser considerados como sagrados, imposibles de profanar por juegos de este tipo. “La humanidad ha seleccionado una serie de emblemas que han sido desarrollados, protegidos, venerados, durante generaciones, a lo largo de cientos o miles de años. Son lugares como el Taj Mahal, las cataratas de Iguazú o Petra. Pero también son ‘sagrados’ aquellos lugares útiles para la humanidad en aspectos como el sanitario, el educativo o el de la seguridad”, insiste. El emprendedor asegura que iniciativas como esta solo tratar de proteger las maravillas del globo “de una moda que puede alterar un consenso de sentido común al que tardamos generaciones en llegar. Queramos o no, somos herederos de ese consenso. Y lo que hagamos ahora, será lo que mereceremos pasado mañana”.
Para lograrlo, desde la web de PokemonS Free Zone se puede firmar la petición para proteger estos lugares únicos y también permite que los responsables de estas localizaciones muestren su disconformidad con formar parte de la ruta de los entrenadores de Pokémons. Basta con rellenar un formulario que, desde la plataforma, remitirán a Nintendo para que se borre su ubicación del juego.
Esta voz de rechazo a las legiones de entrenadores no es la primera. En los últimos días, según Vanitatis, los influyentes vecinos de La Finca han conseguido eliminar varias poképaradas y un gimnasio que se encontraban en diferentes glorietas, zonas de oficinas y la estación de Metro Ligero de la urbanización. Al parecer, una queja formal ha librado a Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos o Luis Alfonso de Borbón de más de un curioso cazador.
Hay que reseñar que la obsesión por los juegos es anterior a la eclosión de la sociedad 2.0. ¿Recuerdan el ensimismamiento que provocó el cubo de Rubik? ¿No se viciaron sus hijos (o ustedes) a la Super Nintendo, las Game Boy y la Sega? ¿Acaso no crio y enterró un Tamagotchi? Es más que seguro que en unos meses, la fiebre de Pokemon GO baje hasta grados de normalidad. Por supuesto, el videojuego de Pikachu y sus amiguitos presenta muchas ventajas respecto a los de consola u ordenador: nos empuja a salir a la calle, caminar, conocer espacios emblemáticos y relacionarnos entre nosotros. La aplicación incluso permite que cualquier negocio que lo solicite se convierta en poképarada, y muchos restaurantes y bares están haciendo su más que legítimo agosto. Pero de ahí a establecer peleas, por muy virtuales que sean, en una mezquita, en un monasterio o en el domicilio de un particular hay un trecho. Un poquito de por favor, que diría aquel.
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