Medina Azahara ya es Patrimonio de la Humanidad
El sitio arqueológico de la antigua ciudad califal de Madinat al-Zahra o Medina Azahara ha sido declarado patrimonio de la Humanidad; es el tercer nombramiento de la Unesco para la capital cordobesa, junto con la ciudad histórica de la mezquita-catedral y la fiesta de los patios. Hemos visitado el yacimiento acompañados por su director.
Madinat al-Zahra fue un lugar de lujo y ostentación, una construcción monumental pensada para asombrar al mundo. Pero, pese al derroche en su construcción, solo tuvo 75 años de vida útil. ¡Para que nos quejemos hoy!
El fastuoso complejo se inició en el 936 y tardó 40 años en acabarse. Fue levantado por mandato de Abderramán III, una especie de líder independentista que declaró el califato de Córdoba y rompió lazos con sus jefes abasíes, que tenían la sede en Bagdad.
Hay constancia de que le salió por un pico, pero el autoproclamado califa Abderramán III era una autoridad, además de política, religiosa: el representante de Dios en la tierra; así que necesitaba construirse un lugar a su altura y a la del califato que se había inventado.
Para ver y dejarse ver
El califato omeya de Córdoba era lo más en el mundo del siglo X. Todos querían hacer la pelota al califa o preguntarle qué hay de lo mío.
Parece ser que Madinat al-Zahra, que significa la ciudad brillante, llamaba la atención por sus materiales nobles, por su luminosidad y por el lugar donde se había ubicado. Debía de resplandecer bajo el sol cordobés, a las faldas de Sierra Morena y sobre la llanura que a su paso forma el Guadalquivir.
El coloso amurallado proporcionaba una visión de más de 50 km a la redonda. Los que acudían al lugar podían levantar la vista desde muy lejos para valorar cuánto les quedaba hasta llegar a su destino. Era mucho más de lo que imaginaban, porque, una vez dentro, los sometían a largas esperas, sinuosos recorridos y estancias en salas intermedias hasta el día en que, finalmente, se arrodillarían ante el califa. «Todo estaba pensado para impresionar, la distribución, la arquitectura, el protocolo…», explica Alberto Montejo, director del Conjunto Arqueológico.
Se cree que en esta ciudad vivía poca gente: el califa, su familia y unas veinte mil personas, entre burócratas, militares y sirvientes.
La construcción ocupaba tres niveles a los pies de la montaña. En la parte superior, estaba la «morada del poder», con la residencia del califa y los suntuosos salones de recepción. Las viviendas de los dignatarios se colocaron un poco más abajo. Y en el plano inferior, la ciudad con las casas de los trabajadores. Había también inmensas zonas de intendencia, despensas, hornos, almacenes, albercas, baños… Y tres mezquitas; la principal, con una arquitectura similar a la de Córdoba.
El esplendor efímero
Además de Abderramán III, su hijo Al-Hakam II (961-976) también disfrutó de Madinat al-Zahra, pero pronto empezó la decadencia. Y llegó el día de la destrucción total, en 1010.
Los bereberes, a los que Sancho de Castilla echó una mano como no podía ser de otra manera, arrasaron a los omeyas y su elitista sede. No quedó piedra sobre piedra, pero por el suelo se desparramaron un montón: sillares, columnas y capiteles, magníficos materiales que fueron saqueados para construir otros edificios. Hoy lo llamaríamos reciclar.
Los ingredientes para la leyenda estaban listos. Madinat al-Zahra había durado muy poco, quienes la visitaron salieron estupefactos y quienes no lo consiguieron exageraron su belleza. Así que pronto nació el mito. Durante siglos, ha sido una constante en la literatura y una obsesión para el islam cada vez que le entra la morriña por su glorioso pasado.
No obstante, los delicados capiteles de avispero que un día adornaron Madinat al-Zahra se encuentran diseminados en mezquitas del norte de África y también en la de Córdoba y en varios edificios de la ciudad. El arca del nieto de Abderramán III se puede contemplar en Gerona y, cada dos por tres, Sotheby’s anuncia una nueva subasta de capiteles omeyas.
La restauración
Digamos que la arqueología existe desde el minuto dos de la humanidad, pero el interés por ella es reciente. Empieza con los grandes viajeros del siglo XIX y continúa con los vuelos low cost y la proliferación del turismo llamado cultural.
Medina Azahara quedó sepultada durante siglos hasta que un arquitecto, Ricardo Velázquez Bosco, ocupado en restaurar la mezquita de Córdoba, buscó documentarse en aquel montón de piedras y descubrió que se trataba de la mítica ciudad.
«Fue en 1911 cuando empezamos a pensar que allí había algo de interés —dice Alberto Montejo—. Después de Velázquez Bosco, entre 1922 y 1975, se trabajó bajo la supervisión de Félix Hernández, y se establecieron criterios estrictos para la intervención. Desde entonces, hemos sacado a la luz 115 hectáreas. Queda mucho por hacer. Por las fotografías aéreas y los estudios geofísicos vemos su distribución, y está casi todo por redescubrir».
Qué se ve en Madinat al-Zahra
Está bien empezar con el aperitivo de un vídeo en el salón de actos del museo. Aunque se puede llevar visto de casa.
Hay una ciudad entera dentro de un recinto amurallado. Unos 1500 metros de este a oeste y alrededor de 750 metros de norte a sur.
El visitante se encuentra con puertas de acceso, el recinto del alcázar, restos de viviendas, algún enlucido en las paredes, hornos, baños, amplios patios, zonas de caballerizas, portadas fabulosas con arcos y decoración de piedra, las dependencias de Ya’far (el visir o lo que fuera de Al-Hakam II), mezquitas, albercas… y también frustración por las zonas que no puede ver por estar en fase de restauración.
Se ve cómo en una de las entradas se aprovecha un acueducto de origen romano, incluso se sabe cómo era por uno de los arcos bien conservados; lo que ha permitido reconstruir otros.
Es recomendable contratar una visita guiada para disfrutar más del inmenso placer del recorrido y entender lo mucho que tienen que decirnos las piedras.
Existen entre medio y un millón de piezas de ataurique, esa decoración de hojas, frutos, flores… tallada en la piedra caliza que adornaba las fachadas de los edificios más importantes. El fenomenal puzle se va recomponiendo poco a poco. Los trozos y trocitos están en sus almacenes, a la vista de los visitantes, para que se hagan una idea del trabajo hecho y del que queda por hacer.
Por el momento, se pisan muchos pavimentos originales de mármol traído de Portugal, que probablemente se recubran para evitar el deterioro, agravado porque los turistas «vienen calzados como si fueran a subir al Himalaya», dice Alberto Montejo.
En algún momento habrá que terminar el recorrido, aunque sea de mala gana, y entonces se debe visitar el museo. El edificio, merecedor de varios premios internacionales, tiene piezas muy interesantes. Es muy didáctico, pensado también para que los niños disfruten.
En los alrededores, puro campo, zorros, lechuzas, lagartos, serpientes… y las estrellas, cuando las visitas pueden hacerse en horario nocturno. A lo lejos se ve el monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, del XV, privado, con título de Bien de Interés Cultural que se puede visitar cuando dejan.
Todo por descubrir
La ciudad de Madinat al-Zahra es uno de los ejemplos más importantes de urbanismo y arquitectura islámica del siglo X, su época de máximo esplendor, único en Europa. Constituye un yacimiento arqueológico valiosísimo de la época medieval, no solo por su valor histórico, sino también por su gran extensión. La zona actualmente excavada constituye solo una décima parte de la extensión total.
Por eso no se entiende que el transporte público llegue con más facilidad a Leroy Merlin que a Medina Azahara, bueno, sí se entiende, pero no está bien. La ciudad queda a 8 kilómetros de Córdoba.
La entrada es gratuita, otra cosa incomprensible. Está bien que el arte sea accesible para todo el mundo, pero los trabajos arqueológicos no avanzan al ritmo deseado por falta de presupuesto. Así que muchos pagaríamos gustosos una entrada (razonable), y más teniendo en cuenta que hay 186 000 visitantes al año.
Ojalá que la nueva declaración de la Unesco haga que Madinat al-Zahra vuelva a ser la ciudad brillante.