Marsella, el nuevo destino emergente que hace la competencia a su vecina Côte d’Azur
Además de una nueva energía cultural y vanguardia arquitectónica, la Capitalidad de la Cultura de 2013 en esta urbe marítima vino acompañada de un esmerado lavado de cara -renovando y embelleciendo sus calles y edificios-, lo que supuso el resurgir de su oferta de ocio y restauración, y una nueva vida para su centro histórico entorno al Puerto Viejo. Hoy Marsella, la ciudad más antigua de Francia, ha invertido en vitalidad y dinamismo y vive una segunda juventud convirtiéndose en el nuevo destino emergente de la región Provenza-Alpes-Costa Azul. Le proponemos una ruta sensorial por la renovada “Vieja Marsella” para descubrir cómo ahora es capaz de hacer la competencia a sus vecinas Saint-Tropez, Cannes y Niza, expertas en el arte del buen vivir.
En 2013 Marsella vivió una transformación enorme como Capital Europea de la Cultura. Un cambio que era necesario para la segunda ciudad más grande de Francia. Sirvió entre otras cosas para revitalizar la parte vieja, que con sus barrios alrededor de su encantador Vieux Port, es el corazón de los marselleses. Le Panier y Cours Julien, por ejemplo, han pasado a convertirse en los centros neurálgicos de lo hípster, del arte urbano, la vida nocturna, y del turisteo de postal, claro.
Su paisaje urbano se renovó para su año de capitalidad trazando una línea impecable entre tradición y modernidad. Así, construcciones de diseño -como el pabellón L’Ombrière de Norman Foster o el Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo (MuCEM) de Rudy Ricciotti- se integran ahora entre edificios de estilo provenzal y toscano (las influencias italianas son claras) y los funcionales de los años 50 de Fernand Pouillon. Estos últimos fueron fruto de la anterior gran renovación, o más bien reconstrucción, cuando la ciudad vieja quedó prácticamente destruida tras los bombardeos de los alemanes durante la 2ª Guerra Mundial.
Marsella es además una ciudad tan francesa como mediterránea, lo que le da un punto peculiar y muy atractivo: respira mezcla y convivencia. Y sus costumbres, su gastronomía –sencilla y saludable, pero muy sabrosa-, e incluso el carácter de la gente… casi tienen tanto de mediterráneo que de galo. Alegres y amantes de la vida, los marselleses son para los franceses lo que en España son los andaluces.
Para empezar a intimar con la urbe…
El Vieux-Port (puerto viejo)
Porque no olvidemos que Marsella es una ciudad levantada alrededor de un puerto. Recorrer el renovado Vieux Port es la visita ineludible. Un lugar en el que dejarnos invadir por el recuerdo de que este muelle tiene más de 2.600 años y que aquí mismo, alrededor de antiguas dársenas, se fundó y prosperó Massalia.
A excepción de la monumental fachada del Ayuntamiento, el entorno se muestra sobrio y sencillo, sin grandes edificios pomposos o arrogantes como se podría esperar de una gran capital. Y reposado… parece difícil creer que estemos en la segunda ciudad más grande de Francia cuando la imagen que tenemos ante nosotros es más bien la de una villa tranquila al borde del mar.
A partir del traslado del puerto comercial a las afueras -a una zona con más calado-, el centro de la ciudad volvió a conectarse con su mar, sin las toscas instalaciones portuarias que hasta ese momento los separaban. Y hoy, pasear por el Vieux Port de Marsella es rodearse de espíritu vacacional. Porque donde antes había grandes barcos mercantes, hoy son veleros, yates y pequeños pesqueros que comparten espacio con restaurantes, bares, hoteles y alguna que otra tienda, además de una antigua lonja -La Criée- reconvertida en el Teatro Nacional de Marsella, y el solemne edificio del Ayuntamiento (Hôtel de Ville). Este último, terminado en el XVII en estilo barroco genovés, fue prácticamente el único que quedó en pie tras ser dinamitada la Ciudad Vieja en la 2º Guerra Mundial.
Años de estancamiento y de nuevo el resurgir…
Norman Foster y el paisajista Michel Desvigne le cambiaron el rostro en 2013 reduciendo la circulación de coches para abrir una gran explanada peatonal y paseos más amplios con un nuevo mobiliario de diseño. Las farolas por ejemplo se encargaron con forma de mástiles en un claro guiño a la vocación marinera de Marsella. Con todo esto, los cafés, restaurantes y terrazas no tardaron en aparecer en escena.
Camine por el paseo marítimo curioseando las embarcaciones más o menos despampanantes. O guíese por el olfato para recorrer el histórico Vieux Port, encontrará el pescado más fresco en los puestos de pescadores junto al pabellón de Foster, o en los restaurantes que se suceden en hilera a lo largo del paseo de la ribera norte (el puerto tiene forma de una enorme U).
Elija un local, siéntese en la terraza y disfrute de la mejor cocina marsellesa -en cualquiera de sus variantes, ya sea tradicional, de vanguardia o de fusión-. Una sugerencia imprescindible: la bullabesa, un guiso de pescados de roca y mariscos muy aromático y que posiblemente sea su mayor orgullo culinario. El secreto consiste en hervir varias veces, “bullir y bajar” , de ahí su nombre. Otras sugerencias locales, los calamares rellenos de verduras, y el tapenade, una pasta de aceitunas machacadas con alcaparras, anchoas y aceite de oliva, típico de la Provenza. Tampoco se olvide probar el pastis, ese licor anisado que adoran los marselleses para tomar como aperitivo en los días de calor.
Enorme, aunque casi invisible desde lejos, aparece a modo de toldo el pabellón de Norman Foster. Es L’Ombrière (la sombra), como lo llaman los marselleses. Una edificación muy esbelta, de acero inoxidable las columnas y lunas de espejo el techo, que el arquitecto realizó con la intención de que todo lo que sucede debajo se refleje al levantar la vista. Por la altura de la estructura que permite ver lo que nos rodea desde otra perspectiva, la idea resultó un éxito y el público la acogió con entusiasmo. No falla ver a la gente haciéndose selfies apuntando al techo. Su silueta se ha convertido en uno de los símbolos de la nueva Marsella.
El famoso jabón de Marsella
Una vez haya explorado los alicientes del puerto, tiene la opción de conocer la tradición de su famoso jabón. Aunque ahora hay nuevas marcas que hacen jabones más o menos artesanales, en la ciudad son muy pocas las jabonerías de las «de toda la vida» que continúan fabricando este producto de manera artesanal y siguiendo el proceso original. Y por ese mismo motivo, el jabón de Marsella de estos antiguos talleres es el más deseado.
Uno de ellos es Savonnerie de la Licorne que desde hace más de cien años lleva dedicándose a su elaboración. En la orilla sur del puerto, este taller tiene un museo en el que los propietarios de la jabonería atienden personalmente al visitante. Le hablarán de la tradición de la elaboración, de cómo surgió y del porqué del renombre de este jabón. Incluso, podrá hacerse allí su propia pastilla de jabón.
El jabón de Marsella se realiza únicamente con dos ingredientes naturales: la sosa y aceites vegetales. Es más rico en ácidos grasos -muy nutritivo- y por eso es tan buen jabón. Sabrá que una pastilla es artesana si tiene grabada la indicación “72% de aceite” y el nombre de la jabonería.
En esta savonnerie siguen elaborándolo en calderas y triturándolo con rodillos de granito para darle delgadez y dulzura a sus piezas. Le añaden a continuación los ingredientes que le proporcionen el aroma deseado (miel, esencias, fragancias, granos de lavanda…). Después el producto obtenido se vierte en una procesadora para obtener “rollos de masa” de jabón. Y por último cada pastilla es moldeada, estampada y etiquetada manualmente.
El resultado final: una pieza de jabón artesana de Marsella, ideal para llevarnos un detalle de la ciudad. Otras buenas adquisiciones para llevar de vuelta a casa son: la lavanda, símbolo por antonomasia de la Provenza; el licor de anís pastis; o las riquísimas navettes, unas galletas que con forma de barquitos te recuerdan, de una manera tan dulce, que Marsella es una ciudad que siempre ha estado vinculada al mar.
Cruzar el puerto a bordo del popular Ferry-Boat
Casi enfrente del museo de Savonnerie de la Licorne se encuentra el Ferry-Boat, que se utiliza para cruzar de un lado al otro del puerto. Un barco muy querido por los marselleses que comenzó a funcionar en 1880 y que en 1931 inmortalizara el novelista y cineasta francés Marcel Pagnol en su película Marius. Hoy, con una embarcación mucho más ecológica de propulsión eléctrica solar, se sigue realizando esta travesía que tiene el título de ser la más corta del mundo (283 metros). Muy práctico para no tener que bordear todo el puerto.
Le Panier, el antiguo barrio de pescadores, hoy reinventado
Cogemos el ferry para cruzar hasta Le Panier, el barrio más antiguo de Marsella, de estrechas callejuelas, fachadas multicolores, ropa tendida en las ventanas y placitas tranquilas. Por su situación al borde del puerto, fue el barrio de los pescadores.
La que fuera una zona humilde y descuidada, hoy se ha convertido en uno de los enclaves favoritos por los marselleses y los viajeros, donde artistas y emprendedores de la ciudad recuperaron los bajos de las viejas viviendas para llenarlos de arte, diseño e interiorismo, moda y gastronomía. Quizás el secreto de su encanto esté en la fusión del atractivo de sus fachadas, entre provenzal y toscano -mediterráneo en cualquier caso-, con un estudiado aire decadente y algo alternativo -que han traído consigo sus nuevos inquilinos-.
En este lugar, el entramado de callejuelas es el protagonista principal, aunque compite con el diseño y ambiente de los bares, restaurantes y tiendas varias que encontramos a nuestro paso. Y con el arte urbano, que hoy viste muchas fachadas en forma de grafitis. Como es un barrio que hay que pasear a pie (pocas calles hay por las que pasen los coches), lo mejor es meterse por todos los rincones, subiendo y bajando los tramos de cuestas y escaleras (que son muchos dado que está construido sobre una colina junto al puerto), para al mismo tiempo ir descubriendo estas obras de arte mural callejero.
Desde lo más alto de la ciudad, la Bonne Mère protege a los marselleses
No se puede pasar por esta ciudad de acento marinero sin hacer una visita a la Basilique Notre Dame de la Garde (Basílica de Nuestra Señora de la Guardia). Se encuentra en lo alto de la colina de la Garde, a 154 metros de altura, desde donde su virgen dorada flanquea toda la bahía. Uno entiende que fuera el lugar escogido por Francisco I para construir un fuerte en 1524 de defensa a la ciudad y todavía se puede ver la presencia del fuerte, que sirve de base a la basílica actual.
Allí arriba al mirar alrededor, las vistas despiertan una sensación entre serena y emocionante
Todo se muestra al alcance de nuestras estimuladas antenas sensoriales y nos hace sentir conquistadores de un inmenso “reino” natural -la superficie azulada del mar y del cielo-, y material -la costa marsellesa y el Vieux Port, en donde en otra época fondeaban barcos de todo calado-. Desde allí se divisa por ejemplo las islas de Frioul y, más lejos, hacia el interior, las colinas de Garlaban. Cuesta abandonar el goce contemplativo y casi parece absurda la idea de bajar de allí.
Antes de basílica la precedieron varias capillas construidas a partir del XIII. Hasta que a mediados del siglo XIX, dado que el santuario resultaba ya demasiado pequeño para atender a los peregrinos que lo visitaban, Monseigneur de Mazenod decidió construir la basílica Notre Dame de la Garde. El edificio, de estilo neobizantino y obra del arquitecto Henry Espérandieu, consta de una oscura cripta abovedada además de la propia iglesia. Esta, mucho más grandilocuente -aunque también menos sobrecogedora- que la primera, está decorada con mármoles de varios colores y mosaicos.
Desde lo más alto del templo, sobre el campanario, se erige la gran protagonista: la “Bonne Mère” (la Buena Madre), que observa a las multitudes que cada año se acercan hasta allí. La monumental estatua dorada de la Virgen (de 11 metros de altura), patrona de la ciudad, está ahí para proteger a los pescadores y marineros. En realidad a todos los marselleses, pues tradicionalmente todos ellos vivían del mar. Por tal finalidad, se sitúa en el punto más alto de la ciudad.
Hay una tradición popular según la cual para merecer un deseo, hay que subir andando (son varios kilómetros de fuerte pendiente) y rezar la oración de “la Bonne Mère”, y si se cumple lo pedido, en agradecimiento se regresa con una ofrenda. Muchos de estos exvotos están colgados en la nave central de la Basílica y como ciudad marinera que es Marsella suelen ser objetos relativos al mar y la pesca (figuras o maquetas de barcos).
Plaza Cours Honoré d’ Estienne-d’ Orves, tan italiana
Siendo una ciudad tan cercana a la vecina Italia, las influencias de esta se revelan en edificios y plazas. Un buen ejemplo de ello es la Plaza Cours Honoré d’ Estienne-d’ Orves, que pudiera pasar totalmente por italiana si no fuera porque aquí se habla francés. Recuerda mucho a la plaza Campo dei Fiori de Roma, y aunque no tan espectacular y ni tan grande también se da un aire a la famosa Piazza Navona.
Cours Honoré d’ Estienne-d’ Orves es una famosa plaza peatonal turística de Marsella, a un paso del Puerto Viejo, que lleva el nombre de un oficial naval francés, héroe de la Segunda Guerra Mundial.
Es difícil de imaginar, viendo las terrazas tan animadas, que en su lugar hace unos cuantos siglos había canales y muelles para embarcaciones. Fue uno de los arsenales más grandes de Francia, preparado para 40 galeras en servicio, hasta que este tipo de barcos dejaron de usarse a principios del siglo XVIII.
Hoy es un lugar muy animado -repleto de bares, restaurantes y terrazas- que se ha convertido en un imán de turistas. Y por supuesto, punto de reunión de los marselleses para ver jugar al Olympique u otras retransmisiones deportivas; y en diciembre para acudir a la feria de santons (las figuritas de los Belenes), al mercado de Navidad y a la pista de patinaje que montan durante esas fechas.
Escapada en lancha hasta la prisión de “El conde de Montecristo”
En la marítima Marsella, qué mejor plan que disfrutarla desde mar adentro. Frente a la urbe están las cuatro pequeñas islas de Frioul. Y en una de ellas, la de If, se encuentra el castillo donde Alejandro Dumas situó una parte de la trama de El Conde de Montecristo. Aquí es donde Edmond Dantès, antes de hacerse pasar por el “conde de Montecristo”, conoce al abate Faria y excavan un túnel para escapar de sus calabozos.
Ficciones aparte, es una fortaleza que el rey Francisco I ordenó construir en 1515 para defender Marsella de los ataques enemigos dada la importancia estratégica de la ciudad. Después se convertiría en cárcel y uno de sus prisioneros -el más famoso- sería José Custodio Faria, en el que Dumas se inspiró para el personaje del abate en su novela (escrita en 1844). La fortaleza se visita y se alcanza en menos de 15 minutos con el Frioul If express. También existen empresas como Localanque que preparan excursiones para disfrutar de una agradable jornada a bordo de una lancha.
El mar, el lado más sensorial de Marsella junto con su gastronomía
Navegar saltando las olas en una rápida y divertida lancha, nadar, tomar el sol y disfrutar de pequeñas calas. Indíquele al patrón de la lancha que haga una parada en el pequeño puerto de Le Vallon des Auffes. Por tierra es también una parada obligatoria yendo por la Corniche, en español “la cornisa”, que junto al mar brinda unas fantásticas vistas a la bahía de Marsella y a las islas de Frioul, y en la que se asoman imponentes villas del s. XIX. Un sitio auténtico y pintoresco -abigarrado y desordenado a la vista-, que parece haberse detenido en la época de Pagnol. Y que atrapado entre dos acantilados cubiertos de pequeñas casas de colores es un pequeño refugio del que escapar del ajetreo, a la vez tan cerca y tan lejos, del centro de la ciudad. Si va por tierra aproveche y reserve en alguna de sus encantadoras terrazas para disfrutar de algún plato de mar recién pescado.
Y para terminar… una puesta de sol en la lancha junto a la isla de If mientras degustamos algunas especialidades locales: embutidos y patés de la zona, y un buen vino rosé de Provenza. ¡El broche de oro a un día de mar!
Guía práctica:
Aunque Marsella es un destino en sí misma, también es la puerta de entrada más conveniente a la Provenza. A menos de una hora se encuentra Arlés; Aviñón, a media hora más; y de camino… toda la Provenza profunda de pueblecitos y paisajes que causan adicción (probada y confirmada).
Cuándo ir
Siempre es buen momento para ir a este destino, entre otras razones porque siempre hay alguna cita abierta de su agenda cultural y de eventos a lo largo del año; pero una buena época para visitarla es en el mes de junio porque el sol es ya espléndido, ilumina y calienta pero sin molestar.
Cómo llegar
Con la aerolínea regional de Iberia, Air Nostrum. La ruta Madrid-Marsella está atendida con tres frecuencias diarias en invierno y un vuelo más al día durante la temporada de verano (desde finales de marzo a finales de octubre). La duración del trayecto es de una hora y 35 minutos.
Dónde dormir
Résidence du Vieux Port. En pleno paseo marítimo, este hotel goza de unas vistas privilegiadas al puerto antiguo y la basílica de Notre-Dame de la Garde con la enorme escultura dorada de su virgen, majestuosa y elegante. Desde el balcón de su habitación (la mayoría de las habitaciones tienen) puede ser testigo de las bonitas puestas de sol sobre el puerto. Los interiores están inspirados en los años 50 y las habitaciones, con láminas de obras de Miro, Calder o Le Corbusier, juegan con los colores rojo, azul y amarillo. En pleno puerto y rodeado de restaurantes, salga del hotel y disfrute de la gastronomía marsellesa.
Dónde comer
Restaurante le Poulpe. Con su terraza en primera línea del Puerto Viejo, le recomentados esta dirección de cocina mediterránea. El pescado aquí es el protagonista de una carta siempre local y tentadora para un resultado de primera: platos tanto sencillos y sabrosos como otros de cocina más sofisticada con un ligero toque fuera de lo tradicional muy estimulante, deliciosa en cualquier caso. Junto con los productos del mar mediterráneo, el chef favorece los productos locales cercanos a Marsella. Su bodega también merece toda la atención, bien constituida con etiquetas de la región; así para acompañar a su plato, le recomendamos elija un vino rosado del sur del Ródano y Provenza, región de referencia mundial por este tipo de vino.
Restaurante Miramar. Y para probar la imprescindible bullabesa marsellesa, el Miramar. La suya es una de las mejores de la ciudad. Este restaurante del Puerto Viejo abierto en 1965 está especializado en pescados y mariscos, y en particular en la Bouillabaisse, con la que se convertido en una institución emblemática de la ciudad. Aunque en 2003 el Miramar cambia de dueños y el nuevo chef, Christian Buffa, pone su propio toque a la carta y añade nuevos platos más refinados, la receta del plato marsellés permanece inalterada. Eso sí, con el cambio, el local se renovó y se rehabilitó la terraza. Hoy es uno de los puntos calientes de la nueva gastronomía de Marsella.
Direcciones web
Página de turismo Marsella – http://www.marseille-tourisme.com/es/
Página de turismo Provenza-Alpes-Costa Azul – http://tourismepaca.fr/
Página de turismo Bocas del Ródano-Provenza – www.myprovence.fr
Página de turismo de Francia – http://es.france.fr/