Escapada al norte de Tenerife: volcánico paraíso

Es un enclave perfecto para ir con niños, disfrutar de nuestra pareja, descubrir con amigos e incluso, por qué no, un lugar explorable si viajamos por nuestra cuenta (¿no es maravillosa la soledad elegida?). Tenerife, una isla de alma volcánica, encierra pequeños paraísos que, muchas veces, conocen mejor y tienen en más estima los turistas extranjeros que los propios. ¿Para qué tomar vuelos de horas si contamos con un paraíso de 2.034,38 km² con planes increíbles? Hoy les proponemos una escapada al norte de Tenerife, la zona más bella de la isla, y a sus imprescindibles.

Encantos de la capital
Un buen punto de arranque de nuestro viaje puede ser la propia ciudad de Santa Cruz de Tenerife, cuyo aeropuerto, Tenerife Norte, se encuentra muy bien comunicado con la urbe. ¿Merece la pena dedicarle un tiempo a la capital? Lo cierto es que es una ciudad vibrante y llena de vida, con un casco histórico muy asequible (delimitado por la calle Noria, las plazas de España y de Candelaria y la de Weyler). Una de sus reliquias es la iglesia de la Concepción, templo principal, aunque también nuestro paseo debe incluir una visita al cercano templo de San Francisco o el Parque García Sanabria. En cualquier caso, el monumento más sobresaliente de la villa es muy joven; fue inaugurado en 2003 y sí, lo han adivinado, está firmado por Santiago Calatrava. Curvo y escultórico, realmente llamativo en su concepción, alberga un intenso programa cultural durante todo el año.

Santa Cruz de Tenerife también nos permite disfrutar de una agradable jornada de compras (más ahora que podemos aprovechar las rebajas de verano), abandonarnos a los placeres de su gastronomía marinera (¡tan asequible y deliciosa a poco que uno huya de los establecimientos especialmente diseñados para güiris!) y de su cultura. Permítanos que le aconsejemos una visita diferente: pasarse por el Círculo de Bellas Artes (Calle Castillo 43), donde la exposición «Summer Exhibition Tenerife», que reúne la obra de unos noventa artistas, canarios e internacionales, que analizan y recrean la época estival.
El Teide: un imprescindible que roza el cielo
Otro punto indispensable de nuestra visita, que puede ocuparnos hasta una jornada entera, es el Parque nacional del Teide. Este majestuoso volcán, que los guanches (aborígenes tinerfeños) consideraban como el refugio de su maléfico dios Guayota, es, con sus 3.718 metros, el pico más alto de España. Es el eje vertebrador de un paraje insólito, lunar y bellísimo, con casi 19.000 hectáreas de una singularidad geográfica y biológica única en el mundo. Acercarnos hasta la base es muy sencillo y podemos hacerlo tranquilamente en coche. Una vez allí, un teleférico veloz nos dejará en la cumbre. Solo dos cientos metros nos separarán del pico, que solo puede visitarse gestionando un permiso específico. Si nos gusta andar, podemos coronar el volcán a través de una ruta que parte de Montaña Blanca, junto a la carretera, y que nos llevará seis horas de camino (y con una altura considerable, la fatiga es mayor).

Nuestro consejo es que hagan una caminata más corta y asequible y luego se dediquen a recorrer con su coche otros puntos de interés. Si nos apetece caminar, una opción popular es la ruta de Los Roques de García, circular, que nos permite un interesante acercamiento a la magmática orografía del paisaje mientras nos asombramos de su curiosa flora, donde los tajinastes, emblema de la isla, nos acompañan con su melífera verticalidad. Importante: haga lo que haga, lleve agua en abundancia, utilice protección solar alta y un calzado adecuado: es un paisaje duro. Pero el paseo que le recomendamos es perfectamente asequible. Y si quiere darse un capricho, puede comer en el Parador Nacional que se encuentra muy cerca del Teide. Y si tenemos tiempo y somos “de campo”, también cerca de la capital encontramos el majestuoso El Parque Rural de Anaga, que nos permitirá alternar fantásticos parajes con chapuzones en las playas donde desembocan sus barrancos.
San Cristóbal de La Laguna: belleza colonial
A pocos kilómetros de Santa Cruz nos daremos de cara con el encanto Rotundo de San Cristóbal de La Laguna. Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1999, es un ejemplo único de ciudad colonial no amurallada, que inspiró la edificación de ciudades americanas como Lima o Cartagena de Indias. Merece la pena ir a la oficina de turismo y apuntarnos a las rutas guiadas a pie, que nos permitirá disfrutar de sus casonas y del encanto de las calles empedradas. Tascas, tiendas y bares nos ofrecerán motivos de sobra para detenernos y descansar.
Perderse por los pueblos del Norte: encanto rural
Durante uno o dos días debemos dedicarnos a recorrer alguno de los más encantadores pueblecitos norteños, separados entre sí por espacios naturales y playas de gran interés. Una villa de excepcional belleza es La Orotava, una explosión de flores y edificios históricos de la que cuesta marcharse. Conocida por sus tapices de arena coloreada y alfombras de flores en el Corpus Christi, no deje de contemplar las vistas desde el fantástico Jardín Victoria. Y si le gustan los bordados y la moda textil, aquí encontramos la sede de la conocidísima Casa de los Balcones, un bello edificio que acoge no solo un museo de costumbres, sino una tienda donde se pueden adquirir bellísimos manteles y otras lencerías del hogar artesanales.
Otro pueblo en que conviene detenerse es en Icod de Los Vinos, con un coqueto casco histórico que no tardaremos en recorrer. Si tiene tiempo y lo desea, puede entrar al parque que alberga su conocido Drago milenario. Es un árbol de unos 800 años y dieciséis metros de altura que se considera el más antiguo del archipiélago. La entrada al parque cuesta dinero, y la verdad es que se aprecia perfectamente desde la aledaña plaza de la iglesia. Compremos y probemos, eso sí, alguna botella de buen vino, pues esta zona dispone de bodegas y viñas en abundancia.
A seis kilómetros podemos hacer un alto en Garachico, una villa ideal para dar un paseo corto por su núcleo urbano y, de paso, conocer el concepto tinerfeño de piscina natural. El Atlántico es bravo por estas latitudes, así que en la isla encontramos numerosas piscinas excavadas en la roca que, inundadas por el mar, ofrecen una deliciosa alternativa a las calas y playas en las que las olas no permiten baños muy cómodos. En Garachico encontramos la de El Caletón, vigilada, con duchas e incluso vestuarios. Cerca de aquí, por cierto, hay una heladería, El Abuelo, con fantásticas cremas heladas que podemos comer mientras vagamos por el paseo marítimo.

Más atracciones y vida ofrece la bulliciosa Puerto de la Cruz. Es una ciudad vacacional (la primera de la isla, que albergó un sanatorio para turistas enfermos) repleta de restaurantes y bares, repletos de visitantes y ranilleros que dan buena cuenta de sus guisos y pescados. Desde la animada Plaza del Charco (que antaño, con la escasa lluvia, tendía a encharcarse) podemos visitar algunos interesantes edificios, como la Casa de la Aduana, la Casa Miranda, La Iglesia de la Peña de Francia o el hotel Marquesa. Deténgase en la zona del puerto, y cómase unas lapas con mojo verde en alguna de las tascas. Tal vez tenga tiempo para pasar unas horas en Lagos Martiánez, una curiosa zona recreativa con piscinas y lagos obra del gran Jorge Manrique. Y si va con niños o le gustan los animales, es muy recomendable pasar unas horas en el zoo Loro Parque, uno de los mejores y más completos del mundo.