Cabo Tiñoso: de barracones militares a complejo turístico eco-chic
Diez calas vírgenes, bonitos senderos rodeados de montañas, un microclima especial, muchos kilómetros de costa, 80.000 metros cuadrados de terreno… En el corazón de la sierra de Cabo Tiñoso, donde en otro tiempo hubo viejos barracones militares, se alza hoy, gracias al empeño y emprendimiento del empresario local Miguel Pérez-Guillermo, farmacéutico-agricultor de profesión, un delicioso complejo rural. Es «Ecoturismo Cabo Tiñoso», con 120 plazas que deja con la boca abierta a quien llega hasta este inesperado y hermoso paraje protegido de la región de Murcia.
Muy cerca de La Azohía y del Campillo de Adentro, en el término municipal de Cartagena, el complejo rural Cabo Tiñoso nace con la intención no sólo de ser un establecimiento turístico, sino de mezclar la bioagricultura con la etnografía y el compromiso social, además de organizar rutas y actividades por el entorno para divulgar el rico patrimonio natural de la zona.
Y es que estamos ante una finca catalogada como Zona de Especial Protección para las Aves y también como Lugar de Importancia Comunitaria.
30 casas y seis premios Goya
El establecimiento cuenta, además, con un mesón y un restaurante en los que se pueden degustar los platos típicos de la cocina mediterránea elaborados en cocina de leña con productos ecológicos y de cercanía, un aparcamiento de 50 plazas, un huerto ecológico, una granja con animales autóctonos, 30 casas y dos salones para reuniones y talleres de pintura y cerámica. Uno de estos salones lleva el nombre del profesor de inglés Juan Carrión, que inspiró la película “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, ganadora de seis Goya, quien fue también profesor del “ideólogo” de Ecoturismo Cabo Tiñoso. También cuenta con un palomar, una biblioteca, una piscina, un horno de leña, lavandería, rincones de silencio y un centro de interpretación.
El interiorismo de las viviendas está diseñado con enseres y útiles tradicionales antiguos restaurados y con nuevas creaciones de artistas contemporáneos. Las casas cuentan con chimenea y calefacción subterránea, un sistema similar al de las antiguas glorias castellanas que a su vez imitaban el sistema utilizado hace más de 20 siglos por los romanos.
Un amor de la infancia
“Desde muy joven estaba obsesionado con recuperar esta zona, que desde niño me ha enamorado. Y mi propósito no sólo se ciñe al ámbito del negocio, sino que uno de mis objetivos es ofrecer un lugar diferente e innovador para que el huésped lo disfrute y descanse en un entorno muy agradable”, asegura Miguel Pérez-Guillermo, quien considera que se trata de un espacio ideal para disfrutar también en familia.
Aquí los niños pueden identificar las sabinas mora, los algarrobos, el garbancillo de Tallante, el fartet (una especie de pez endémica de estas tierras), las higueras, las palmiteras y los cultivos y animales tradicionales. Pero, eso sí, no podrán ver la televisión ni jugar a la videoconsola en las habitaciones, porque no hay conexión a Internet. El wifi y la televisión funciona sólo, a propósito, en las zonas comunes. El alumbrado y los electrodomésticos son de categoría energética A y la energía se obtiene de sistemas fotovoltaicos y eólicos, y el agua es calentada por energía solar. Porque se trata de hacer un uso respetuoso y sostenible de los recursos en busca del kilovatio cero y el kilómetro cero en la mesa. “También la construcción es ecológica, ya que hemos recuperado las vigas de madera y los materiales de la vieja construcción. Es una obra de artesanía, más que de rehabilitación”, reconoce Miguel Pérez-Guillermo.
Edificios del Cuerpo de Artillería
El espacio que hoy ocupan estas coquetas casitas de vacaciones fueron antes barracones del Ejército levantados después de la Guerra Civil para alojar a las tropas de la Batería de Castillitos que pertenecían al antiguo cuerpo de Artillería. Después, en los años 60, acabaron en manos de particulares que los utilizaron como granjas porcinas… hasta que fueron clausuradas por insalubres y quedaron abandonadas.
Y ahí empezó la lucha de Miguel Pérez-Guillermo por hacerse con las ocho hectáreas de este complejo que por fin, un día de 2011, consiguió escriturar. Desde entonces no paró de soñar con el hotel rural, ecológico y autosuficiente que hoy es ya una realidad gracias también al trabajo de su esposa Dori y sus dos hijos, la arquitecta Ana Roche y la restauradora Cari Sancho.
Miguel Pérez-Guillermo lo tiene claro: “El espíritu del proyecto radica en ofrecer una alternativa de descanso y sosiego a la confusión que genera nuestro actual ritmo de vida: dejamos atrás lo esencial para llegar apresurados a ninguna parte”.