Sundarbans, tras las huellas del tigre de Bengala

En la reserva de Sundarbans, al oeste de la India, el tigre se respeta y se teme a partes iguales. Entre el mito y la amenaza, avistar a un tigre de Bengala es prácticamente un milagro y, más aún, lo es vivir para contarlo: bien lo saben las “bidhobas”, cientos de viudas que ha dejado el animal en la zona.

 

Un hombre teje a mano una red de pesca: el tigre de Bengala, hábil nadador, es una gran amenaza para los pescadores.
Un hombre teje a mano una red de pesca: el tigre de Bengala, hábil nadador, es una gran amenaza para los pescadores.

 

Una vez aterrizado en India y antes de emprender el rumbo hacia la selva de Sundarbans, el viajero inevitablemente escuchará unas cuantas leyendas sobre el tigre de Bengala: la del lugareño ha sufrido tres ataques y aún vive (y lo cuenta), la del pescador al que el animal se llevó a rastras y no se encontraron ni los huesos, la de aquel locuaz turista al que, de repente, echaron de menos en la barca…

Todos parecen haber escuchado alguna historia de primera mano y, aunque se hace difícil otorgarles total credibilidad, parece que algo de verdad sí subyace en todos esos relatos sobre tigres sigilosos, veloces y despiadados.

El refugio del tigre

La reserva del Sundarbans (Sundarbans significa ‘bosque hermoso’) ocupa la friolera de 2.600 kilómetros cuadrados en el delta del Ganges, el más grande del planeta, frontera entre India y Bangladés. Patrimonio Natural de la Humanidad desde 1987 y Reserva de la Biosfera desde 1989, el bosque presume de albergar una extraordinaria riqueza florística y faunística, con casi 1.700 especies entre vertebrados e invertebrados, 40 de ellos mamíferos.

El más célebre entre todos ellos, por descontado, es el tigre de Bengala, una de las ocho especies de tigre de las que se tiene constancia en el mundo y una de las más populares en occidente por su utilización en espectáculos circenses, felizmente en decadencia.

 

Pequeño embarcadero que da acceso a la Reserva Protegida del tigre de Bengala.
Pequeño embarcadero que da acceso a la Reserva Protegida del tigre de Bengala.

 

Es precisamente en Bengala, el lugar que le da nombre, donde más tigres de esta especie habitan por hectárea. Es Sundarbans, aseguran allí, el único lugar del globo donde la población de tigres no disminuye a día de hoy y se estima que en el área podrían llegar a contarse entre 100 y 200 ejemplares, ya que los números bailan dependiendo de las fuentes (lejos, en todo caso, de las cifras de hace apenas un siglo, cuando se contaban por miles). Excelentes nadadores y capaces de sobrevivir bebiendo agua salada, se sirven de jabalíes, ciervos moteados o macacos como platos fuertes de una dieta demandante, aunque, como bien se conoce, la carne humana también forma parte del menú.

‘Bidhobas’, las viudas del Sundarbans

Dicen los locales que, aunque no se deje ver, el tigre siempre está vigilante. También se comenta que hablar de él lo atrae de forma inevitable. Quizá sea por eso que durante la visita a Sundarbans es difícil sacudirse del todo la sensación de estar corriendo un cierto peligro (¿de qué otra cosa puede uno conversar en este lugar del mundo?) aunque se sepa de antemano que ver al tigre (o, lo que sería peor, tener que vérselas con él) es un hecho bastante improbable.

La población de la mitad india de Sundarbans se estima en 4,5 millones personas repartidas aquí y allá, entre las numerosísimas islas que salpican los manglares, viviendo en pueblos pequeños con casas mínimas (apenas una estancia, como mucho un par) levantadas con barro, palos y hojas. La vida transcurre en la calle mientras brilla el sol: cuando cae la noche, las puertas se cierran desde dentro hasta que el día abre de nuevo.

 

Una mujer barre la entrada a de su casa en una pequeña aldea del Sundarbans.
Una mujer barre la entrada a de su casa en una pequeña aldea del Sundarbans.

 

Pero no todos siguen tal precaución al pie de la letra: algunos hombres salen a cazar o pescar antes del amanecer, la hora más provechosa del día. Algunos, desgraciadamente, nunca regresan. Según cálculos del gobierno, alrededor de 30 ó 40 personas fallecen cada año en Sundarbans víctimas de ataques de tigres. Presumiblemente, la cifra es aún mayor, ya que las propias familias acallan la desaparición de aquellos que se han saltado los límites de la reserva en busca de una buena pieza caza por temor a ser sancionados.

La tragedia que una de estas muertes supondría para cualquier familia se multiplica por mil en un país como la India, en el que ser viuda arrastra un tremendo estigma: a las viudas se les despoja de todo, se les aparta de la sociedad y se dice que traen mala suerte, se les considera, incluso, culpables de la muerte del esposo. Todos los poblados de Sundarbans cuentan con sus ‘bagh bidhoha’, literalmente, ‘viudas del Sundarbans’, y cerca de una docena de poblaciones están pobladas íntegramente por mujeres viudas y sus hijos.

Así las cosas, y como medida preventiva, no es raro ver en la zona a trabajadores del campo o a los de la propia reserva portando una suerte de protección metálica sobre la nuca (se sabe que el tigre siempre ataca de espaldas) y, aunque son los hombres las principales víctimas, mujeres y niños tampoco escapan del peligro cuando, por ejemplo, se adentran en las aguas para recoger cangrejos o gambones (caza, pesca, cultivo de arroz y recogida de miel son los pilares de la economía local) ignorando la amenaza de verse sorprendidos por un tigre o, quizás, por un cocodrilo o un tiburón.

A la caza del tigre                                             

El tigre de Bengala atrae como un imán a aventureros y turistas que desembarcan en las islas de Sundarbans con intención de lograr verlo y fotografiarlo. El punto de partida, usualmente, es la ciudad de Calcuta: con antelación se debe tramitar un permiso especial (contratar a una agencia especializada como Meghdutam Travels es la mejor forma de despreocuparse del papeleo). Llegar hasta allí llevará unas tres horas con el tráfico habitual (las curiosísimas estampas hacen entretenido el trayecto y siempre se puede parar a tomar un te ‘chai’ y a estirar las piernas en cualquiera de los múltiples puestos al pie de la calzada), a lo que hay que sumar, al menos, una hora más navegando: nada más embarcar, se agradece dejar atrás el ruido y el caos de la carretera.

El delta del Ganges es el más extenso del mundo.
El delta del Ganges es el más extenso del mundo.

 

El turismo, y eso es parte del encanto, es aún incipiente en Sundarbans y los equipamientos, en consecuencia, no están muy desarrollados. Espérese el visitante descansar en una habitación austera, con suministro eléctrico aunque con frecuentes cortes, sin agua caliente (la temperatura ambiente, eso sí, es agradable para tomar una la ducha) y con un ventilador de techo. La comida es sobria pero sabrosa y abundante, aunque quizás no apta para los paladares más sensibles.

Los lugareños no atosigan al viajero pero lo reciben con curiosidad, se divierten posando ante las cámaras y hacen por comunicarse con gestos y sonrisas. Pese a todo (o puede que precisamente, por ello), los habitantes de Sundarbán parecen tranquilos, alegres y despreocupados y uno se siente, sin duda, bienvenido en su tierra.

Con más entrega que destreza, la población local ofrece a los visitantes exhibiciones de canto y danza.
Con más entrega que destreza, la población local ofrece a los visitantes exhibiciones de canto y danza.

 

Tras la cena no hay más que hacer que retirarse a descansar temprano ya que se madruga para explorar el delta en barca y visitar la Reserva del tigre de Bengala.

¿Pero existe la posibilidad de ver un tigre?

Avistar un tigre en una visita turística a Sundarbans es muy difícil y así lo avisa el cartel de bienvenida a la Reserva. Animales solitarios, los tigres de Bengala cazan al amanecer o al atardecer y se mantienen en reposo, escondidos, durante el resto de la jornada. Mantenerse alerta por si alguno llega a aparecer es, sin duda, parte de la diversión, pero si se quieren evitar grandes frustraciones es aconsejable rebajar las expectativas con anterioridad.

Así que, durante el paseo en barco, conviene disfrutar del espectáculo que ofrece el paisaje de uno de los mayores bosques del mundo y llevar, de cualquiera de las maneras, prepara una cámara de fotos con zoom para apuntar a objetivos algo menos ambiciosos: ciervos, jabalíes, monos, grandes lagartos, pájaros y, si hay suerte, algún que otro cocodrilo.

Un cocodrilo descansa plácidamente a la sombra de un árbol.
Un cocodrilo descansa plácidamente a la sombra de un árbol.

 

Si, como cabe esperar, del tigre no se tiene más noticia que la de sus huellas sobre el barro, lo mejor es no dejarse contagiar por el desencanto y concentrase en el privilegio de disfrutar de un almuerzo a bordo de una embarcación en mitad un paraje único mientras se comparte con locales y otros viajeros una historia y otra más sobre tigres, aldeanos, supervivientes y viudas. El viaje a Sundarbans es, sin duda alguna, uno de esos en los que el camino importa más que el destino: llegar a ver al tigre o no verlo, quizás sea lo de menos.

– Fotos: Sara Pérez Fernández –

 

 

Sara Pérez Fernández

Iba para abogada (penalista) pero cambié la toga por el teclado cuando descubrí que lo mío era contar historias y tener historias que contar. Como periodista, he pasado por papel (El Mundo) y radio (Cadena SER) pero me he dejado atrapar por la comunicación digital ya que me permite hacer lo que más me gusta: descubrir el mundo saltando de wifi en wifi.

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