Creta, para ir y repetir

La isla más grande de Grecia no fue griega hasta 1913. Antes hubo aquí muchas otras civilizaciones y fue conquistada por numerosos imperios que dejaron en ella sus huellas. El patrimonio histórico y artístico es su gran atractivo, pero ni mucho menos el único. Playas de arena finísima, altas montañas, impresionantes gargantas, un clima delicioso… y el mar turquesa alrededor. Ir a Creta es querer repetir.

 

Creta
Playa de Balos.

 

Un viaje a Creta es un éxito seguro. Esta isla lo tiene todo para encantar. No es fácil recorrerla porque está sembrada de cordilleras, y eso significa carreteras llenas de curvas; pero tras cada una habrá un paisaje admirable, un yacimiento interesante, una iglesia sorprendente, una ciudad hermosa.

Una semana no basta para verlo todo. Hay que recrearse, pararse cada poco para mirar y disfrutar de los muchos encantos que tiene Creta.

El destino fácil

En Creta todo el mundo habla inglés. Da igual que usted aborde a una señora de la edad de su madre, seguramente le indicará en un inglés más que competente cómo ir hasta donde desea. Si llega a un remoto lugar y no tiene alojamiento, pregunte a cualquiera, le buscarán uno, a lo mejor incluso en una casa veneciana del siglo XVII. Si no sabe dónde comer, pida ayuda… o mejor, déjese llevar, porque será raro que no le den bien de comer.

Armados con una buena guía o previa parada en cualquier oficina de turismo, lo mejor será dar la vuelta a la isla, peinarla de norte a sur y de este a oeste.

Todo parece fácil en Creta, incluso da la impresión de que las normas del Parlamento Europeo no llegan hasta aquí. Se respira libertad; también a la hora de circular.

Es obligado alquilar un coche nada más llegar, porque la isla es grande, 265 km de punta a punta. La mayoría de las carreteras son de ir a 40 km/h, pero adelantar suele ser posible aunque esté prohibido. Los conductores locales circulan por el arcén con el fin de facilitar el paso a los que van con más prisa. Así, en las vías de dos carriles caben tres coches a la vez sin ningún problema y con la comprensión de todos. Al principio cuesta, acostumbrados como estamos a ser permanentemente vigilados, pero donde fueres… Eso sí, a la vuelta no olvide guardar la conducción a la cretense junto con sus recuerdos de vacaciones.

Creta y su cultura exclusiva

La civilización minoica se desarrolló en la isla de Creta entre los años 2700 y 1450 a. de C. Los yacimientos minoicos son únicos en el mundo y los encontraremos por toda la isla.

Podríamos decir que el palacio de Cnosos es el más didáctico de todos, porque aunque muchos se quejan de su excesiva restauración, muestra cómo era la vida en estos recintos, con almacenes, teatros, cientos de habitaciones, estancias reales, patios y más patios… Pero hay otros palacios sin retocar, como Festos o Zakros, y yacimientos para hartarse, si eso fuera posible.

 

Creta
Reconstrucción en el palacio de Cnosos, hacia el 2000 a. de C.

 

Aquí los museos arqueológicos, en especial los de Heraklion y Chania son de esos de los que no apetece salir. Sorprende ver que los últimos diseños del más reputado ceramista o joyero de hoy estaban inventados hace cuarenta siglos.

En Creta hay también arte griego, romano, bizantino… y de todas las épocas. Gortina, una ciudad habitada desde el Neolítico, famosa por su compilación de derechos grabados en piedra durante el siglo V a. de C., merece una jornada porque está rodeada de restos que son la historia de la humanidad.

La isla está salpicada de sorprendentes iglesias de los inicios del cristianismo, magníficos monasterios medievales y renacentistas, que suelen llamarse con el nombre del monje que los fundó. Imprescindibles son los de Hagia Triada, Arkadi y Gouverneto, bellísimos.

 

Creta
Monasterio de Hagia Triada, siglo VXII.

 

Cualquier aficionado a la mitología sabe que aquí se enamoró Ariadna del joven Teseo y que le ayudó a salir del laberinto, que también se encuentra por estos sitios. De aquí también huyó Ícaro en cuanto supo volar, y en esta isla se levanta el monte Ida donde nació Zeus y donde lo escondió su madre para que Cronos, el padre cruel, no se lo zampara. En Creta hay una leyenda en cada rincón.

Ciudades encantadoras

Viven poco más de 600 000 personas en toda la isla y la ciudad más grande, Heraklion, la capital, no llega a las 200 000. Da gusto pasear por las plazas, con fuentes refrescantes y abundancia de niños gritones. Es imprescindible ver su Museo Arqueológico, con joyas que asombran al mundo, y el Museo Histórico, donde se conserva el único cuadro del cretense más universal, el Greco.

Chania es la segunda ciudad más importante, de la que se habla en la Odisea de Homero, y eso que entonces aún no tenía su armoniosa mezquita, los robustos arsenales ni el enorme puerto veneciano del siglo XV. Anterior a este es el de Rethymno, un lugar también cuidado, con un centro histórico bien conservado y terrazas en las detenerse y alegrarse de estar en Creta. Sitía es otro lugar agradable, con escarpadas montañas a sus espaldas, monasterios recónditos y vistas al mar transparente.

Por cualquier parte abundan las fortalezas y murallas de todas las épocas, construcciones para defenderse de unas guerras y otras, porque Creta siempre tuvo la gracia y la desgracia de ser una hermosa y estratégica isla.

Paisajes mediterráneos

Tres macizos montañosos, los Montes Blancos, el Psiloritis, en el centro, y Sitía en el extremo oriental, con alturas de hasta 2 500 metros, dan mucha variedad a la isla. Aquí son posibles todos los contrastes: nieve en las cumbres y valles llenos de frutales, como Amari; olivares centenarios, bosques de enebros y el palmeral más extenso de Europa, en Vai; paisajes de aire africano y zonas enmarañadas de verde como estuviéramos en Asturias.

En Creta huele bien, a salvia, tomillo, orégano, manzanilla, y aquí y allá siempre hay alguna ruina dispersa, los restos de una ciudad helenística o un paraje donde la mitología situó la acción de una de sus delirantes historias.

 

Creta
Playa de Elafonisi.

 

Playas de película

Creta fue una potencia marítima mucho antes de que otros conocieran la navegación. Sus puertos son imponentes, pero también sus playas de arenas finas y suavecitas.

No hay que perderse la de Balos, a la que cuesta llegar, pero que tanto merece la pena. Una laguna de color turquesa sobre fondo blanco, un paraje difícil de creer. Otra playa de película es la de Elafonisi, en el suroeste, parque natural protegido, con arenas rosadas por los corales; indescriptibles sus colores. Y famosa en toda Europa es Falassarna, de la que dicen que es la mejor playa de Creta.

Junto a ellas, las ciudades costeras, que siempre parecen sedientas de una mano de pintura, pero que cuentan con árboles gordísimos, esos que nos impresionan y nos conmueven con su longevidad.

Otro estilo de playa, pero también con encanto, es Katozakros, junto a una hilera de restaurantes con vistas al mar. Muy cerca está uno de los sitios arqueológicos más interesantes de la isla y de aquí parte la garganta de los Muertos, menos transitada y extenuante que la famosa de Samaria, la ruta de trekking que todo el mundo hace.

Una gastronomía que nos suena

En Creta se dan muy bien los turistas, pero la agricultura sigue siendo la base de su economía. Tienen un montón de olivos, lo que significa un magnífico aceite, y también cultivan verduras y frutas con mucho éxito.

En los restaurantes de Creta lo habitual es encontrar platos que no nos son ajenos a los españoles: ricas ensaladas, quesos sabrosos y estupendos vinos. Pero la frescura de sus productos y el precio de una comida nos harán ver enseguida que no estamos en nuestro país. Parece una vulgaridad tomarse una ensalada griega, pero no tiene nada que ver con la que podemos encontrar en España, y ni siquiera en el resto de Grecia. Las hortalizas en Creta tienen el aspecto y la consistencia de acabar de llegar de la huerta.

Hay que probar los calabacines y tomates rellenos, el boureki, una especie de musaka solo con verduras, las hojas de parra con arroz, las cremas de berenjena o pepino, de huevas de pescado o de erizo…, muy sabrosas. Abundan los platos con yogur y casi todos se acompañan con quesos frescos.

Entre las carnes, las mejores son de cabrito y conejo. Los pescados del día están en todos los lugares y siempre hay una parrilla a punto para cocinar con sabor los platos que elijamos.

Los vinos son de calidad, blancos y tintos mejores que rosados, y a unos precios que no se pueden creer. Las cervezas locales son estupendas y se sirven bien frías, como nos gustan.

Si no pide postre, mejor. Cuando solicite la cuenta se lo traerán igualmente, y gratis.

Siempre le atenderán bien, con solvencia y amabilidad de la buena, de esa que solo posee la gente bien educada.

 

Creta
Faro de Chania, de 1601.

 

El destino perfecto

Comer bien, sentarse a ver el mar o meterse en él, recorrer yacimientos, pararse a ver iglesias… Todo son alegrías.

La isla es tranquila fuera de julio y agosto. En estos dos meses llegan barcos a sus mejores playas que escupen un montón de turistas; eso sí, tienen el tiempo contado y enseguida los llamarán de vuelta.

El viajero encontrará pocos extranjeros el resto del año, aunque sí se topará con algunos que vuelven por tercera o cuarta vez. Si quiere saber por qué repiten, vaya. Querrá volver.

 

 

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba