Arlés: invitación a la Provenza, entre vestigios romanos y la locura de Van Gogh

Julio César la colmó de tesoros creados para perpetuarla. Los peregrinos, a su paso por la Vía Tolosana hacia Santiago de Compostela, la hicieron renacer y florecer en el siglo XII. Y fue Van Gogh quien en tan sólo los quince meses que vivió allí la inmortalizó en sus cuadros terminándola de situar en el mapa turístico europeo. Hoy Arlés, urbe pequeña al sur de Francia, sigue regalándonos el esplendor de otros tiempos y el universo impresionista junto con otras facetas, como el amor a la fiesta de los toros y una nueva vanguardia cultural. Nos recibe entre grandes monumentos romanos, iglesias románicas, edificios señoriales renacentistas y antiguos cafés, además de callejuelas con intenso sabor galo pero personalidad mediterránea. Y todo ello, rodeado de los luminosos paisajes provenzales que tanto inspiraron al pintor holandés.

 

La fachada del café que retratara Van Gogh en "Du café le soir", hoy se mantiene del mismo color y aspecto
La fachada del café que retratara Van Gogh en «Du café le soir», hoy se mantiene del mismo color y aspecto

 

Fue un helador día 20 de febrero de 1888 cuando Vincent van Gogh llegó a la estación de tren de Arlés. Venía -como es bien sabido- en busca de la luz y belleza de la Provenza. Lo que quizás no todo el mundo sepa es que fue una gran nevada lo que hizo que acabara aquí y no en Marsella, que era a donde en realidad se dirigía. “60 centímetros de nieve caída”, contaba a su hermano Theo en una de sus primeras cartas.

Así fue, la tormenta de nieve cortó el paso del tren a esa altura del trayecto. Y allí se quedó. Porque pasadas las primeras semanas de mal tiempo, el pintor descubrió que Arlés, soleada y vigorosa, le devolvía la inspiración. Tal fue el festín de luz y colorido de los paisajes y el atractivo que despertaban en él las gentes del lugar, que en poco más que un año pintó nada menos que 300 obras (200 pinturas y 100 dibujos y acuarelas). Algunas tan famosas como el Café de noche y la Noche estrellada. “Aquí hay noches muy bellas”, escribía a su hermano (sí, ¡también tuvo tiempo para escribirle más de 200 cartas!).

Otra de las más conocidas, la Casa amarilla -llamada así por el color de su fachada-, fue la casa donde vivió y en la que el genial pelirrojo holandés pretendía crear un taller de artistas, similar a los que había en París. Pero el proyecto no tuvo éxito, sólo acudió a la llamada Paul Gauguin.

Famosos fueron en esa casa los alborotos por los altercados entre ambos artistas. De hecho fue allí donde sucedió el capítulo más escabroso de su vida, por el que en una de esas acaloradas discusiones Van Gogh acabara “lisiado sin oreja”. Hasta ahora se creía que él mismo con la navaja con la que amenazó a Gauguin se había autolesionado el lóbulo de la oreja (lóbulo que después regalara a una prostituta). En cambio, las últimas investigaciones apuntan a que fue el pintor francés quién durante la pelea le propinó un corte con un sable (era maestro de esgrima) y que después Van Gogh para proteger a su amigo contara la otra versión.

La casa en cuestión, situada en el número 2 de la Place Lamartine, ya no existe. Se destruyó en un incendio. Hoy, su espacio lo ocupa la terraza de una pizzería.

Siguiendo con lugares que «el loco con pelo rojo» (como le apodaron los arlesianos) pintara en el corazón del casco antiguo, hay un café todavía del mismo color y aspecto del retratado en el óleo Le café le soir. Más concretamente se encuentra en la Place du Forum, la más bonita y con más encanto de Arlés -al menos para la que aquí escribe-. Como indica su nombre, fue allí donde se situaba el Foro Romano. Del que ya sólo quedan dos columnas y parte del friso y del frontón apoyados sobre la fachada del Nord Pinus, el hotel en el que Picasso pasaba las vacaciones durante su exilio. Todavía hoy sigue abierto y mantiene ese aire intelectual y bohemio de aquella época. El malagueño que fue a Arlés en busca de la luminosidad de los cuadros de Van Gogh, también llegó a desarrollar un vínculo muy estrecho con esta pequeña ciudad provenzal. Allí se topó con gente de espíritu vivo y alegre, baile flamenco y corridas de toros -sí, ha leído bien-, junto con días de un sol espléndido; en definitiva… aires de aquella Málaga a la que no podía volver.

la plaza del Foro
La plaza del Foro, encantadora por las ventanas de colores repletas de flores, las fachadas provenzales y las animadas terrazas donde hacer una agradable parada

 

El nombre de Arlés es tan inseparable al de Van Gogh que uno casi sin darse cuenta se «teletransporta» hasta finales del XIX y fantasea viendo a su paso al pintor, caminando por sus calles, y escenas de la vida cotidiana de la época, con las vestimentas y ademanes de entonces. Para los que quieran recrear in situ la vida y legado del pintor holandés, existe un “itinerario Van Gogh” que recorre la localidad por los sitios todavía en pie que inmortalizó en sus lienzos. Junto con los ya comentados, otros puntos que se visitan son por ejemplo los dos enclaves a orillas del Ródano donde pintó el Puente Trinquetaille y el Puente de Langlois; o el hospital l’hôtel-Dieu (edificio de los siglos XVI-XVII) donde estuvo ingresado tras el episodio de la oreja, y que hoy se ha reconvertido en el Espacio Van Gogh, un centro cultural con exposiciones, escuela y librería.

El viajero no debe perderse tampoco la visita a la Fundación Vincent van Gogh, una moderna galería de arte anexionada al edificio de una casa señorial del siglo XV, en donde se realizan exposiciones temporales con cuadros del holandés (en préstamo de museos o colecciones privadas), y a menudo junto con obras de otros artistas para explorar su influencia en el arte contemporáneo.

Cambiamos de tercio…

En esta localidad la vida sigue girando alrededor del conjunto monumental romano. Los vecinos y turistas van y vienen por pequeñas calles y callejuelas zigzagueantes que esconden más de un centenar de monumentos Patrimonio Histórico de Francia -todo un record en comparación con otras ciudades galas-. De los cuales, trece están además incluidos en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco -dos de ellos tan espectaculares como el anfiteatro y el teatro romanos-.

Tendrá que callejear, subiendo y bajando diminutas calles -y encantadoras, dicho sea de paso, por lo que el paseo en sí mismo ya merece la pena-, hasta que en un momento dado, sin previo aviso, se encuentre delante del colosal anfiteatro.

Construido a finales del siglo I para 20.000 espectadores, permanece en buen estado de conservación. A partir de la Edad Media se convierte en fortaleza y en su interior llegó a albergar más de 200 casas y dos capillas. Así estuvo hasta que en el siglo XIX el edificio recupera la función de espacio para festejos y espectáculos.

Festejos como las corridas de toros camarguesas. Desde que los españoles las introdujeran en la Camarga en 1701, la fiesta de los toros caló hondo en todo el sur de Francia, desarrollándose incluso alrededor de la afición toda una industria, con ganaderos y escuelas taurinas. Además, la comarca tiene una raza bovina autóctona, el toro de Camarga; y caballos, también de raza autóctona que se crían en manada y en semilibertad. La primera corrida en el anfiteatro tuvo lugar en 1853. Van Gogh impresionado por el colorido de la fiesta representó en un cuadro el ambiente del gentío durante una faena en el ruedo. Y Picasso, por su parte, como buen aficionado a los toros, fue un visitante habitual del Arènes d’Arles -nombre del anfiteatro como plaza de toros-.

Arles anfiteatro romano
Arelate fue el epicentro comercial en la Galia del siglo I. El anfiteatro, dotado de 34 gradas y de forma ovalada, cuenta además con tres grandes torres defensivas, símbolo de su etapa medieval

 

Permítame sólo unos datos para contextualizar la huella romana… los griegos ya establecieron aquí una primera población en el siglo VI a.C. bajo el nombre de Theline. Pero fue en tiempos de los romanos, cuando Julio César en el año 46 a.C. fundara por su gran valor estratégico la colonia Arelate -hoy Arlés-. Estaba situada en la encrucijada de dos vías: el camino construido por los griegos que unía Italia con España y el paso fluvial desde la costa del Mediterráneo hasta el interior por el río Ródano. Arelate fue cogiendo peso e importancia, y ya bajo el gobierno del emperador Constantino fue tal la prosperidad que alcanzó que le valió el título de “la Pequeña Roma de los galos”.

Muy cerca del anfiteatro se encuentra el teatro romano que construido un siglo antes (a finales del siglo I a. C), llegó a ser el segundo más grande del sur de Francia (albergaba hasta 10.000 espectadores). Frente al buen estado de conservación que destacábamos del primero, en este caso no es del todo así. Al igual que en otros tantos monumentos romanos -como el coliseo de Roma-, sus piedras fueron reutilizadas a lo largo de los tiempos para construir nuevos edificios en Arlés. Hoy en día, el milenario teatro ha recuperado su vocación de escenario de espectáculos y en él se celebran, sobre todo en verano, conciertos y festivales de cine y teatro.

Otro importante vestigio romano son las termas de Constantino, situadas al borde del Ródano y unas de las mejor conservadas de Francia. Pero el broche (del mundo romano) lo pone los criptopórticos, una curiosa sorpresa bajo tierra que se descubre entrando desde el interior del ayuntamiento en la Place de la République. Se trata de los cimientos subterráneos del antiguo foro romano que recorren parte del subsuelo del centro de la ciudad. Unas galerías abovedadas que los romanos tuvieron que construir en Arelate para compensar los desniveles del terreno antes de poder levantar el gran foro (de 3.400 metros cuadrados). Aunque en el Imperio Romano este tipo de galerías se rentabilizaban empleándolas además para distintos fines como almacenes, barracas para los esclavos públicos o para comercios, en Arlés no se tiene muy claro cuáles fueron sus usos. De lo que sí hay constancia es que sirvieron de refugio a los miembros de la Resistencia francesa ante las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Recorrer, a semioscuras, esta singular infraestructura impresiona sin duda.

Una vez haya explorado los criptopórticos, salga del edificio del Ayuntamiento a la Place de la République. La plaza guarda un testigo del paso obligado de los peregrinos hacia Santiago de Compostela durante la Edad Media: la iglesia de Saint Trophime, que con su gran claustro y un pórtico delicioso -con sus esculturas románicas-, es uno de los monumentos más importantes del arte románico provenzal. Esa época todavía se respira en no unos pocos edificios, iglesias y patios desperdigados por la ciudad.

La Place de la République, tranquilo epicentro de Arlés, es un lugar de obligada visita porque alberga edificios y monumentos de todos los periodos álgidos de la ciudad: romano, medieval y renacentista
La Place de la République, tranquilo epicentro de Arlés, es un lugar de visita obligada porque alberga edificios y monumentos de todos los periodos álgidos de la ciudad: romano, medieval y renacentista

 

Pero esta plaza es, sobre todo, la imagen de la prosperidad y de las importantes transformaciones que vivió Arlés entre finales del siglo XV y mediados del XVI, cuando se construyen numerosos palacetes en la plaza y alrededores para una burguesía pujante. El edificio del ayuntamiento (l’hôtel de ville), terminado en 1676 sobre planos de Hardouin Mansart (el arquitecto que se encargó de las obras de Versalles), es un bonito ejemplo del estilo renacentista que culminó en esa época. También en la plaza, y también renacentista, se encuentra la iglesia de Santa Ana.

Y como no podía ser de otra manera, la huella romana tiene su lugar de honor en esta plaza. Porque el centro lo preside el obelisco encontrado en los restos del circo romano y reubicado en este lugar en 1676.

Una vez haya explorado los alicientes más turísticos de la capital, diríjase al barrio de la Roquette. Con callejuelas encantadoras y casas estrechas y de colores, todavía respira el ambiente de los marineros y pescadores, agricultores y artesanos que lo habitaron desde mediados del XVI. En sus calles estrechas también hay lugar para lujosas casas señoriales, como el Hotel Particulier. Es el nuevo barrio al alza, no deje de dar un paseo por aquí.

El barrio de la Roquette, el que fuera una zona no muy recomendable tiempo atrás, hoy es uno de los barrios favoritos por los viajeros
El barrio de la Roquette, el que fuera una zona no muy recomendable tiempo atrás, hoy es uno de los barrios favoritos por los viajeros

 

Después puede acabar asomándose al borde del río Ródano, donde experimentará la intensa luz de la Provenza -que tanto fascinó a Van Gogh- y el famoso Mistral. En Arlés se disfruta de noches con las estrellas más luminosas y días en los que el sol despunta con ganas y el cielo es tan claro que si hubiera la oportunidad se vería hasta el infinito. Todo estimulante sin duda. Pero también viento. Es la moneda de cambio. Es el Mistral, un viento incesante, fuerte y racheado que sopla en el valle del Ródano, y que a menudo llega sin previo aviso y no deja tregua durante varios días.

Ese viento está muy presente en la vida de los de aquí. Antaño se le culpaba de volver loca a la gente y hacerles cometer crímenes pasionales. Y en verdad es un viento para amarlo y para odiarlo. Amarlo porque arrastra todo el polvo y la contaminación dejando una atmosfera cristalina. Y odiarlo porque ese silbido continúo en el oído es desagradable, muy cansino. Por no hablar del molesto desbarajuste del pelo. Agotador. “Es el Mistral”, insiste divertida y socarrona nuestra guía sin cesar.

Por último indicarle que en Arlés no sólo hay arte, monumentos espléndidos y callejuelas encantadoras de estudiada decadencia en las que perderse. Hay otras cuantas poderosas razones por las que visitar esta pequeña villa. La vida en la calle, la buena mesa y una apretada agenda de eventos sociales y culturales son otros buenos motivos para dedicar una visita a la capital de la Camarga. Conózcalos aquí.

APUNTES PRÁCTICOS

Mejores fechas

Aircrew Lifestyle recomienda realizar el viaje en junio, que es cuando florece la icónica lavanda de los campos de la Provenza, o programarlo para que coincida con alguna de las citas culturales o fiestas populares de la ciudad. Tales como: Les Rencontres d’Arles, de julio a septiembre, el festival de fotografía más importante de Europa y todo un acontecimiento para la ciudad, ya que además del programa oficial de exposiciones y conferencias, las tiendas, galerías de arte y restaurantes se unen con cantidad de actividades y eventos; las Jornadas Romanas, a finales de agosto, durante las que Arlés vuelve a convertirse por una semana en Arelate con juegos de circo, carreras de carros, visitas teatralizadas y proyecciones de cine Péplum en el antiguo teatro romano; Y otra idea es durante la Fiesta de los Gardians, cada 1 de mayo da comienzo este festejo en el que los cuidadores de los caballos de la Camarga desfilan por las calles y se desafían en una carrera montados a pelo sobre los caballos.

Cómo llegar

Con la aerolínea Air Nostrum hasta el aeropuerto de Marsella-Provenza, que se encuentra a menos de una hora de Arlés. La ruta Madrid-Marsella está atendida con tres frecuencias diarias en invierno y un vuelo más al día durante la temporada de verano (desde finales de marzo a finales de octubre). La duración del trayecto es de una hora y 35 minutos. La aerolínea, que en número de operaciones lidera las conexiones entre Madrid y ciudades francesas, vuela a los siguientes destinos galos: Burdeos, Estrasburgo, Lyon, Marsella, Niza, Nantes y Toulouse. Y en verano activa nuevos enlaces: a Biarritz desde Madrid, y a Niza desde Málaga, Mallorca e Ibiza (estos tres en el periodo del 20 de julio al 2 de septiembre).

Dónde dormir

Hôtel du Cloître, en un antiguo edificio situado en una coqueta miniplacita, encontramos este hotel. Agradable y tranquilo, no pasa desapercibido por su atractiva decoración Mid Century Modern. Algunas habitaciones de la última planta esconden una inesperada sorpresa: las vistas al teatro romano -aunque el hotel se encuentre a sólo unos pocos pasos del monumento, la sorpresa está asegurada puesto que solo se ve tras sobrepasar un pequeño callejón contiguo al hotel o desde la azotea y habitaciones altas-.

Dónde comer

L’Ouvre Boite es el mini restaurante del hotel du Cloître y es un sitio ideal para tomar unas tapas y un vino en su encantadora terraza. Otro pequeño restaurante es L´Autruche de cocina sencilla y actual, con productos de temporada. El ambiente del local es distendido y animado.

Direcciones web

Turismo Arlés – http://www.arlestourisme.com/es/

Turismo de Francia – http://es.france.fr/

Provence Pays d’Arles http://www.provence-pays-arles.com/es

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